05 enero 2011

Conoce, conócete, conócelos, por Rogelio Cabado

Venimos marcando algunos hitos, claves en la formación de líderes cristianos desde el campo de la música. Comenzamos hablando de la importancia de esa formación de líderes y de formación personal propia, como líder. Continuamos definiendo que una idea clara y decidida en esa actitud personal de evangelización era decisiva para permanecer en la labor durante años, quizá una vida, pues la música desde este prisma es un carisma y un ministerio no tanto un hobby o una forma de expresión… Es un estilo de vida. En este tercer capítulo abordamos otro factor necesario para que nuestro mensaje llegue a la gente, a nuestros interlocutores: Conoce, conócete, conócelos…

La palabra “conocer” proviene del latín cognoscere. Cum y gnóscere, la primera es preposición latina que pasó al español como co, cog, con, cu, cum que denota unión, compañía, afinidad, … Gnóscere es el infinitivo del verbo latino gnosco, saber, darse cuenta. Por tanto cuando hablamos de la importancia de conocer, cognoscere a aquellos que educamos en el arte del liderazgo musical o en ese proceso, estamos hablando más allá de lo aparentemente expresivo y representativo. Estamos marcando una línea de continuidad entre lo que se da y recibe. Es un flujo que va y viene del que emite y del que recibe, de tal manera que el mismo que emite se convierte en un receptor de impresiones, vivencias y posibilidades. Esa unión, afinidad y compañía del educador cristiano se une a ese darse cuenta, a esa conexión y percepción activa de quien se tiene delante en un concierto, ante un público, ante un grupo de jóvenes o mayores. ¿Qué sucede en un concierto en el que el público poco a poco se va metiendo en la onda que expresa el artista y se funde a él al paso de los minutos, hasta el punto de sintonizar plenamente con su expresión hasta hacerse uno con él?. Se da la circunstancia de que el artista posiblemente no conoce los nombres de casi nadie, jamás los ha visto, ni los ha tratado. Tampoco el público posiblemente ha asistido nunca a ese concierto, pero existe, se da esa fusión hasta el punto de conectarse con la idea, la forma, la expresión, la riqueza que expresa el artista. Podemos decir que el artista ha conocido a su gente, los ha hecho suyos, los ha cognoscido, se ha creado una ola espiritual, dinámica que no se ve, pero se palpa como realidad tangible y medible desde el impacto, el sentimiento y el estado de ánimo. Se ha dado cuenta el artista de que está ahí su público y lo conoce. Se han creado riquezas interiores anidadas en el público despertados desde la creatividad y el arte.
Ahora bien, cuando se da esa unión entre público-artista, es obvio que el contenido y esa llamémosle ola espiritual creada, supone una sintonía previa al agente y emisor, esa “impresión espiritual” ya se daba en cada uno de los agentes, estaba inscrito en su corazón. Por ello podemos fácilmente deducir que existe una fuerza interior, espiritualizada que trasciende la tangibilidad y crea esa comunión que hace vibrar de manera a veces entusiasmada ese ciclo… Por ello el artista tiene la responsabilidad de hacer llegar a los otros esa fuerza interior que debe cultivar previamente en su corazón. De alguna manera debe ser un generador o mejor dicho un reflejo de esa fuerza espiritual que se le regala y se le comunica. El Espíritu lleva tal fuerza, -y ahora en clave creyente-, que no tiene barreras para iluminar, insuflar su energía a un ser y permitir que pueda transmitir Vida.
Con frecuencia, antes de mis conciertos hago lo indecible para saber, conocer la realidad de aquellos a los que va destinada mi música, lejos de llevar un repertorio repetitivo del concierto anterior, es clave adaptar, amoldar mi música, los comentarios son diferentes, las formas cambian y se intenta respetar la idiosincrasia e cada lugar y público. Se trata de hacer llegar, de transmitir, no de lucirse el artista, y si se da esta circunstancia es porque haces lucir contigo
Me viene a la memoria el bello pasaje del evangelio en que Jesús va llamando uno a uno a los que eligió para ser sus discípulos. Cada uno de los doce era conocido por Jesús, quizá no previamente, pero desde su intuición divina, el maestro sabe de cada uno, es capaz de mover y remover su corazón para dejarlo todo y seguir al Maestro. Ellos quizá alguna vez lo habían visto u oído hablar de Él. Lo que sabemos cierto es que Jesús los conocía y por ello pudo sacar de cada uno lo mejor.
Los griegos sabían de este conocimiento con una seguridad que hoy nos admira… “conócete a ti mismo”. Será la base de todo conocimiento, del conoce y del conócelos… Nosotros, herederos de esa misma raíz, como cantantes y artistas cristianos estamos llamados a llevar adelante la plenitud de esta expresión.
Rogelio Cabado

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