05 enero 2011

Después de los exámenes…, revista Huellas


Normalmente, a finales de junio un universitario empieza a pensar que el fin de sus exámenes es “el principio de todo”: el verano, las vacaciones, la alegría, el desenfreno, los mil planes que no has podido hacer hasta ahora… y todo eso, parece ser lo único necesario para estar bien.
Yo, por mi parte, lo pensaba. Hasta hoy: el día de mi último examen. He acabado y nada ha sido como esperaba. Me he peleado con mi novio, y alguien puede decir: ¿qué tiene que ver? Lo explicaré. El acabar los exámenes, las vacaciones, el tiempo libre, ¿de qué me sirve ahora? ¿Puedo decir que estoy más contenta por haber acabado? Empiezo a ver que no era tan verdad eso de que estaría todo solucionado con acabar de estudiar…

Lo siguiente que se puede pensar (a más de un compañero se le ha ocurrido aconsejármelo) es “sal, diviértete y olvídate de lo que ha sucedido”. Huir es una de las opciones más comunes hoy en día ante los problemas. Pero yo sé por experiencia que eso no funciona. No hace más que retrasar y empeorar el problema.
Pero como uno no es capaz de afrontar ciertos problemas solo, le he pedido a una amiga que se tomara un café conmigo. Hemos hablado largo y tendido. No hay nada como que alguien te mire a los ojos, te escuche, te entienda, no se escandalice de tus errores, no huya de los problemas, te abrace y te ayude a estar delante de la situación que te ha sido dada.
Sabiendo que no estás sola y que el problema que para ti era el fin del mundo es sólo la ocasión de aprender algo más en la vida, me voy serena y contenta. No he solucionado el problema, pero lo he mirado seriamente y sé que puedo aprender sin huir de él.
He visto a otra amiga hoy. Acaba de salir del médico. Ha ido a su revisión anual del corazón, como sucede desde hace ya 15 años. Ahora tiene 21. El médico no ha podido no conmoverse al decirle que estaba perfectamente. Mi amiga ha sido operada como poco una vez al año durante al menos 5 años de su vida y siempre había algo que quedaba por resolver, algo que no podía hacer, cuidados que tenía que tener para que no empeorara… Cuando su médico de toda la vida, con los ojos llorosos, la mira y le dice que está bien, que tendrá una vida normal, ella se conmueve: “Nunca te planteas que tu vida no está en tus manos hasta que sucede algo así, damos por supuesto que la vida es un regalo hasta que nos dan una noticia así, soy feliz, hoy me han vuelto a regalar la vida, no dejes que se me olvide nunca”.
Después de escucharla pienso en los exámenes y me río. Espero que todos mis compañeros de universidad tengan la ocasión que he tenido yo de conmoverme por mi vida y la de mi amiga, y de reconocer que es esto lo que de verdad nos determina. Pues incluso ante los problemas, ante la discusión con mi novio, es más justo contar con lo que yo soy y lo que es él (un regalo) que mirar hacia otro lado y escapar. Estamos preocupados por acabar los exámenes como si ese día se resolviera nuestra vida y nos saltamos el hecho de que HOY estamos vivos y tenemos muchas razones para estar agradecidos y disfrutar incluso del estudio.
Si pudiéramos reconocer esto todos los días, no estaríamos esperando a acabar los exámenes, o al verano, o al fin de semana, o a acabar la carrera, o a trabajar… podríamos empezar a vivir HOY.
Huellas

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