La renuncia de Benedicto XVI sorprende por lo poco habitual de la decisión. Sin embargo, puede entenderse, yo al menos así lo hago, como una muestra coherente del concepto de libertad que el Papa nos ha transmitido y él mismo ha encarnado desde el principio de su pontificado. No debemos olvidar su “falta de agrado” hacia esta responsabilidad que se le encomendó en 2005, tras la muerte de su querido amigo Karol Wojtyla –Juan Pablo II–. El servicio realizado durante estos casi ocho años a la Iglesia, y al conjunto de la sociedad, ha sido profundamente comprometido y emana del fuerte encuentro renovado que Joseph Ratzinger tiene con una persona, con Jesucristo. Ahora, retomará una vida que le estimula y plenifica: la oración y el estudio. Gracias Santo Padre.
Jesús Manso (Madrid)
Doctor en Educación
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